viernes, 2 de septiembre de 2011

Numeral, opción B

Caminaba apurado, orgulloso del ramo de flores, con la carta en el bolsillo. El pelo mojado con efecto intacto de gel. Un botón al aire y la campera de jean tapando la chomba del colegio. Cuadras y cuadras.
A los dieciséis, completamente enamorado, no te importan las distancias, los esfuerzos, el tiempo y la plata. Mi vida se trataba de un par de horas en la escuela, alguna tarde de gimnasia y preocuparme sobre cómo hacer para verla aunque sea un ratito.

Detrás de un beso suyo, se escondía la existencia de mi universo.

Me transpiraban las manos, me dolía el estómago y extrañaba su perfume: Claro, estaba nervioso, había masticado un paquete entero de chicles de menta y olía a una mezcla de desodorantes que había vaciado sobre mi cuello.
Qué inocencia divina. Caminaba apurado, cuadras y cuadras.
Este tipo de recuerdos tienen la capacidad de ponernos felices o totalmente tristes. Así sucede con las anécdotas amorosas, las opciones son dos:

Opción A – Recordar esos años sabiendo que jamás volverá la inocencia que nos enamoró, aquella que hoy es una frivolidad con piernas.

Opción B – Recordar esos años sabiendo que alguna vez fuimos inocentes, que somos capaces de enamorarnos y que no nos venció la frivolidad. Con lo superficial, no cedimos. Somos como somos.

Numeral, opción B. Festejo saber que he crecido sin resignar mi forma de ser, ni siquiera por ella. Con lo superficial, no cedí. Soy como soy.

Entonces, se me pianta una sonrisa cuando recuerdo a ese ‘pibito’ de dieciséis, orgulloso del ramo de flores que le costó toda su fortuna de algunos pesos. Con la carta en el bolsillo, que escribió mientras lloraba. Porque ella era su Best Seller, era más que todo.
Por eso lloraba, por el miedo a perderla, los celos caprichosos y por no tenerla cerca. Por ella lloraba.
Ella era más que todo (para mí).

Y jamás me olvido, del camino a su casa, de lo hermoso que le quedaba la pollera escocesa y de las tardes de chocolates y golosinas. Así fue siempre nuestra relación, divinamente inocente, nos criamos juntos, aprendiendo a amar.

Cada tanto me veo reflejado en una vidriera y casi no me reconozco. Camino apurado, sin darme cuenta y con una suerte de desilusión permanente en los ojos. No hay ramos, ni flores, ni cartas. ¿Dónde me olvidé? ¿Dónde me perdí?
Si siempre supe que iba a pasar, ¿por qué tantas frustraciones? ¿Por qué el miedo?

Por más que nos creamos autosuficientes y demasiados estrategas como para controlarlo todo, cuando uno se enamora, se enamora. Y no somos lo que somos.

He aquí este puñado de contradicciones, un autor que dice haber superado algo que aún no se le quita de la cabeza. Un texto que parece tener su posición tomada y que, sobre el final, nos muestra que no, que el amor es una vez más ponderado.

¿Cómo están? Tanto tiempo…

¡Sí! Sonreí tranquila, esto va para largo.

¿Dónde nos perdimos?

¡Hay fiesta! Volvieron tus muecas…

Caminemos juntos una vez más. Apurados, pero juntos, como nunca.
Como siempre.

Solo recuerden, Numeral, opción B
Somos como somos, contradictorios, 
enamoradizos y viajeros. Salud.


                             

2 comentarios:

Anónimo dijo...

EXCELENTE MAESTRO!!! SOS UN CAPO CON TODAS LAS LETRAS!!!

MARTÍN.

Anónimo dijo...

noooooooooooooo boldo me hiciste volver a mi adolescencia q buen cuento loco. te felicito sos un artista super completo. diego :p